La búsqueda de la «Fuente de la Juventud» ha sido una obsesión a lo largo de la historia, desde los tiempos de exploradores como Juan Ponce de León, quien buscaba la supuesta fuente en su expedición a Florida en 1513. Hoy en día, encontramos sus orígenes en los Himalayas, con la fascinante historia del agua alcalina de los Hunzas.
En la década de los 30, Henri Coanda, un físico rumano, viajó a los Himalayas para investigar los informes sobre la longevidad de los Hunzas. Descubrió que el agua que bebían era clave para su salud y longevidad. Su análisis reveló que esta agua tenía una estructura cristalina única similar a la de la clorofila de las plantas y la sangre humana, con un alto pH alcalino y una abundancia de activos de hidrógeno.
Posteriormente, investigadores identificaron poblaciones longevas en otras regiones, como el Caucaso en Azerbaiyán y la Cordillera de los Andes, donde el agua de deshielo de alta montaña también mostraba propiedades beneficiosas para la salud. Tras la Segunda Guerra Mundial, científicos rusos y japoneses desarrollaron métodos para simular estas propiedades curativas del agua mediante la electrólisis.
En los años 50, Japón lanzó los primeros ionizadores de agua alcalina, inicialmente utilizados en hospitales y posteriormente en el hogar. Estudios sobre los efectos del agua alcalina ionizada demostraron resultados sorprendentes. En la década de los 60, el gobierno japonés autorizó oficialmente su uso médico.
El interés por los ionizadores de agua alcalina en el nuevo milenio ha aumentado debido al aumento de enfermedades degenerativas. En Japón, más de 30 millones de personas utilizan estos dispositivos en sus hogares, lo que puede explicar en parte su destacado índice de salud.
El agua alcalina, libre de contaminantes, contiene minerales esenciales como calcio, magnesio y potasio. Sus efectos anti-envejecimiento y rejuvenecedores se atribuyen a su capacidad para oxigenar y revitalizar los tejidos del cuerpo.